sábado, 8 de febrero de 2025

Tekhelet símbolo judío

La traducción habitual de la antigua palabra hebrea tekhelet es “azul cielo”, “azul celeste” o “azul cerúleo”. Sin embargo, su significado esencial es “el color del cielo”. Aunque solemos imaginar un cielo de un único tono azul, la realidad es que se viste de múltiples matices: el suave azul pálido y los delicados tonos rosados del amanecer, el azul profundo del mediodía, el toque dorado que otorga la tarde, o la fusión de azul, lavanda y naranja que decora el crepúsculo. Incluso el cielo nocturno, un azul oscuro salpicado de luces y estrellas, encarna la esencia de tekhelet.


Lapislázuli

Lapislázuli


La larga historia de tekhelet

La historia y la mitología de tekhelet se  entrelaza en el vasto tapiz del pasado. Hace miles de años, los habitantes de Mesopotamia rendían culto al color. Una de sus gemas predilectas era el lapislázuli, empleado tanto para recrear los ojos de las estatuas de sus dioses como para adornar a las personas en forma de joyas y ornamentos. Esta piedra se presentaba en tonalidades que iban desde un azul intenso, con destellos dorados semejantes al cielo nocturno, hasta un azul claro que evocaba el mar o el propio firmamento. Además, el lapislázuli se molía para obtener tintes especiales.


tzitzit


Para los antiguos israelitas, este color tenía un carácter sagrado. En la Biblia, el azul se asocia frecuentemente con la divinidad: se relata, por ejemplo, que el trono de Dios y el pavimento sobre el que se posa están hechos de zafiro. Se detalla minuciosamente su uso en el tabernáculo del desierto, evidenciándose en las vestimentas sacerdotales, en las cubiertas de los vasos sagrados, en las cortinas y otros muebles. Posteriormente, el mismo estilo se adoptó en el Templo de Salomón. A cada individuo se le encomendó atar a la esquina de su manto una cuerda teñida con tekhelet, denominada tzitzit, como recordatorio perpetuo de su relación con Dios. Hasta la actualidad, los judíos ortodoxos conservan estos hilos en sus mantos de oración. Asimismo, los israelitas valoraban las joyas fabricadas en zafiro, que presentaban una diversidad de tonalidades azules. Algunos estudiosos sostienen que el término “zafiro” podría, en realidad, referirse al lapislázuli; sin embargo, esta hipótesis sigue siendo objeto de debate, ya que en la región existen otras piedras de tonos azules y morados con usos similares.

Los romanos, por su parte, denominaban a tekhelet “púrpura jacintina”. No obstante, al haber registrado otro color conocido como “púrpura de Tiro” (llamado “Argaman” por los judíos), surgía cierta confusión respecto a su origen. Plinio el Viejo afirmaba que este tinte se obtenía a partir del caracol Murex.

En el ámbito del budismo, las piedras de tonalidades azul claro, como la turquesa, se utilizan frecuentemente como amuletos de protección personal, mientras que el “Buda azul”, venerado como el Buda de la medicina, se vincula al intenso color del lapislázuli. Este color ha sido y continúa siendo altamente apreciado a lo largo de los siglos en la India, el Tíbet y Nepal.

En los mitos y leyendas cristianos, el azul simboliza el cielo, la eternidad y la verdad. En el arte cristiano, la Virgen María suele aparecer con un manto azul, y en las visiones divinas es habitual que el atuendo contenga matices azules —ya sea en forma de faja o adorno—, aun cuando el manto predomine en tonalidades blancas o doradas. Cabe destacar que, en la traducción al inglés de la Biblia de Tyndale (1529), la palabra que correspondía a tekhelet fue “jacinto”, mientras que la versión King James (1611) optó por “azul”. No obstante, en aquel entonces el término “azul” resultaba algo genérico, abarcando una amplia gama de matices que iban desde el azul hasta el violeta.

La fuente del tinte azul


El origen del tinte azul ha sido motivo de intensos debates. Los estudiosos han postulado que proviene de un diminuto caracol marino, conocido en latín como Murex trunculus o Hexaplex trunculus, que abundaba en la antigua Fenicia (el actual Líbano). Otros expertos han cuestionado esta hipótesis, argumentando que los antiguos israelitas consideraban impuras a las criaturas marinas que no fueran peces, lo que llevaría a pensar que la fuente del tinte podría ser, en realidad, la planta del índigo.
Los esfuerzos modernos por reproducir el tinte obtenido del Murex han arrojado resultados variados. Experimentos iniciados en 1832 y que continúan en la actualidad han revelado que algunos ejemplares de Murex producen un tinte azul, mientras que otros generan tonalidades púrpuras; esta diferencia parece estar vinculada al género del caracol: los machos producirían tintes azules y las hembras, morados. No obstante, la tarea de separar los especímenes por género resulta compleja, ya que los machos pueden experimentar una inversión sexual a hembras a partir de su primer año de vida, conservando, sin embargo, órganos sexuales masculinos. Esta peculiaridad complica aún más una identificación precisa.

También es muy posible que el tinte se derivara de fuentes vegetales. Un documento del siglo VII describe un proceso de teñido utilizando glasto y rubia, y se ha identificado que una borla hallada en la cueva de los manuscritos del Mar Muerto está elaborada a partir de estas plantas.

Durante el período helenístico, tekhelet se tradujo de manera invariable como “jacinto”. En griego clásico, este término hacía referencia a la conocida flor Hyacinthus orientalis, originaria de Fenicia. Esta misma interpretación aparece en el Talmud, aunque en el Tratado Menachot se respalda la teoría que asocia el tinte al caracol.

Sea cual fuere la fuente empleada, el insigne sabio talmúdico, el rabino Meir, expresó de forma conmovedora el elevado valor místico de tekhelet:

“Quien observa la mitzvá de tzitzit se considera como si saludara a la Presencia Divina, porque tekhelet se asemeja al mar, el mar se parece al cielo, y el cielo se asemeja al trono santo de Dios.”


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